martes, 22 de febrero de 2011

Evaluación objetiva ***

*** por Francisco Ben gochea

El miedo es una experiencia universal asociada tanto a situaciones de peligro como a situaciones inocuas, e incluso al hecho mismo de estar vivos. Normalmente se considera como una sensación que puede evitarnos daños mayores. Sin embargo, constituye de por sí una gran fuente de malestar y sufrimiento; muchas veces es la ansiedad el problema, y de hecho nos puede poner en un peligro mayor que si permaneciésemos tranquilos, o avisarnos de peligros inexistentes.

La actuación contra la ansiedad se puede dar en tres frentes. En primer lugar, podemos actuar cambiando la situación, alejando el peligro. Por ejemplo, si me preocupa quedarme sin dinero, puedo ahorrar para sentirme más seguro. Sin embargo, puede que no sea posible ahuyentar el peligro, o puede que el miedo persista a pesar de todo. En este caso, podemos actuar intentando modificar la sensación de desagrado mediante técnicas de relajación, o bien mediante fármacos, o drogas (esto último puede resultar contraproducente a largo plazo).

No obstante, el miedo no es una mera reacción fisiológica, sino que se produce siempre con un fuerte componente cognitivo, es decir, requiere de una interpretación hecha con el pensamiento. No hay ansiedad sin la percepción de peligro, y esta percepción es siempre una valoración subjetiva de las situaciones (aunque la sensación parezca ser independiente por ser inmediata). Así pues, una tercera vía de intervención frente a la ansiedad es el control del pensamiento.

Sentimos lo que creemos. Si creemos que estamos en peligro, sentiremos miedo aunque el peligro sea imaginario. Si creemos que estamos seguros, nos sentiremos confiados aunque en realidad estemos en peligro (en este caso podemos hablar de “exceso de confianza”).

En general, un ánimo sereno nos ayuda, no sólo a sentirnos mejor, sino también a afrontar las situaciones con más éxito, siempre que no se ignore el verdadero peligro hasta el punto de dejar de tomar las mediadas apropiadas a cada situación (por ello, no todo pensamiento positivo es beneficioso, ya que si ignoramos la realidad podemos vernos en situaciones comprometidas).

La técnica para reducir la ansiedad mediante el pensamiento consiste en la evaluación objetiva de las situaciones. Al principio, esta forma de pensar no evitará la tensión (aunque ya desde el primer momento puede producir alivio) pero, persistiendo en ella, poco a poco modificaremos nuestra forma de ver la realidad hacia una percepción más objetiva y más eficiente.

Ante cada situación ansiógena, hay que tener en cuenta que la sensación de miedo no tiene por qué corresponderse con el peligro, y hay que plantearse cuál es la verdadera situación, qué es lo que realmente nos puede pasar y qué probabilidad hay de que suceda, y en qué medida vale la pena preocuparse. Normalmente no hacemos esto porque dejamos que el pensamiento sea dirigido por lo que nos dicen nuestros miedos (que a su vez son provocados por pensamientos ansiógenos, en un círculo vicioso).

Es conveniente reforzar la evaluación objetiva con pensamientos de tolerancia (“no es para tanto”), de autoestima (“podré superarlo”) y de optimismo (“no hay mal que por bien no venga”).

En qué medida la objetividad alivia la tensión, se entiende si tenemos en cuenta que la mayoría de nuestras preocupaciones son distorsiones del pensamiento (“el miedo es libre”), y que, si aprendemos poco a poco a liberar a la mente de pensamientos irracionales, un mayor realismo derivará en una mayor confianza.