lunes, 6 de septiembre de 2010

Motivación cognitiva 3 ***

*** por Francisco Bengochea

La terapia cognitiva parte del principio de que las emociones negativas son influidas, y en gran parte provocadas, por pensamientos negativos. De tal forma que, si conseguimos eliminar o modificar los pensamientos negativos, las emociones se ven modificadas en un sentido positivo.

Albert Ellis fue el primero en introducir en psicoterapia lo que denominó “modelo ABC”. La activación A, es decir, los eventos que se dan en la vida de la persona, provoca consecuencias C emocionales, pero no en forma directa, sino a través del paso intermedio B: las creencias (en inglés “beliefs”). Es decir, lo que creemos acerca de las cosas determina la forma en que sentimos el mundo.

Fue Aaron Beck, sin embargo, quien introdujo el término “terapia cognitiva”, ya que la técnica desarrollada por Ellis se denomina “terapia racional emotivo-conductual” o “TREC”. Las diferencias entre ambas son más bien de desarrollo, ya que parten de un mismo concepto básico.

Beck establece una serie de procesos erróneos en el pensamiento que dan lugar a lo que denomina “distorsiones cognitivas”, que a su vez se manifiestan en los “pensamientos automáticos”. Tomando como punto de partida los pensamientos negativos puntuales, y actuando sobre ellos, llegamos a intervenir en las creencias distorsionadas que son la base de nuestro sufrimiento (o al menos de aquellas emociones negativas que provienen de interpretaciones erróneas de la realidad).

Si bien Beck y Ellis (y otros autores) establecen el principio de que el pensamiento define la emoción, su intervención es de tipo “clínico”, es decir, actúa sobre los pensamientos “patógenos” para producir la remisión de las “disfunciones”. Aquí, sin embargo, vamos un paso más allá: intentamos provocar emociones positivas por medio de la modificación del pensamiento, no sólo eliminando las ideas negativas, sino produciendo además una ideación positiva.

Existen dos objeciones básicas a este procedimiento. Una es que si vemos las cosas con una interpretación positiva, estamos tergiversando la realidad, no estamos siendo “realistas”, y por tanto esa visión no es válida en el sentido de que tendrá consecuencias negativas a largo plazo. Otra objeción es que el estado que puedan producir los pensamientos positivos se parecerá más a una euforia provocada por drogas que a un estado de motivación natural, y se trataría de algo más bien patológico.

Respondiendo a estas objeciones, diremos que el pensamiento patológico está relacionado sobre todo con las distorsiones de la realidad o con el autoengaño, y no es eso lo que proponemos aquí. Lo que intentamos es ver las cosas de una forma nítida, partiendo del principio de que todo pensamiento negativo es disfuncional precisamente por ser negativo. Hay que tener en cuenta, no obstante, que no todo pensamiento positivo es deseable, ya que una idea que no se adapte a los hechos puede resultar placentera a corto plazo, pero a la larga será contraproducente (como sucede en el trastorno bipolar).

No sabemos cómo es la realidad. Todo lo que vemos son nuestras ideas proyectadas sobre los hechos, dándoles un matiz que puede resultar en una infinita variedad de formas y colores. Dentro de un margen en el que hemos de respetar lo evidente, podemos elegir percibir la realidad de muchas maneras, resaltando unos datos y minimizando otros, viendo las cosas desde una perspectiva o desde otra completamente diferente, favoreciendo con nuestra actitud que se desarrollen unos eventos y se obstaculicen otros. De esta elección que hacemos a la hora de ver la realidad depende nada menos que nuestro estado de ánimo, es decir, nuestra felicidad.